GRACIAS porque al fin del día podemos agradecerte, Señor y Padre nuestro, la palabra, ese susurro que encadena sonidos hermosos, transmisores de ideas, de razones, pensamientos, cantares, sollozos, sentimientos al fin. Un invento sencillo con que adornaste al hombre para hacerlo más parecido a Ti, cuya Palabra única y total, expresión de Ti mismo, igual a Ti, Jesucristo, se encarnó de nosotros para hacerse entender y revelarnos su ser y tu ser, Padre del Verbo, de la Palabra exacta y plena.
Gracias, Dios, por el habla, por la voz y el lenguaje, por el acento, la expresión, el grito y los poemas, el balbuceo del niño, la canción enamorada de la adolescente, por la dulce reprimenda de la madre, la lección del maestro, la bendición de la mesa, el bisbiseo piadoso del rosario entresueños, las canciones del coro y por tantos idiomas, lenguas y dialectos con que hablamos los hombres y mujeres de toda la tierra, en un intento de entendernos, de comunicarnos, de unirnos en la mutua traducción de ideas y sentires del corazón.
Por la palabra descubrimos nuestro mundo interior y accedemos al ajeno, construimos puentes entre orillas de diferentes pensamientos y levantamos las más altas construcciones con ideas allegadas de otros continentes. Palabra escrita, cristalizada en siglos y leída en todo tiempo. Contenedora de sabiduría ancestral y de poemas, de otra forma, perdidos. Palabra hablada, capaz de infundir con su acento terror y ternura, devoción o amenaza.
Afina nuestra voz para que salga limpia y alegradora, que ningún malquerer se enrede en la garganta para escupirlo entre dientes. Que el genial privilegio del habla sirva para lo que Tu lo inventaste: para la acción de gracias y para la alabanza, para el amor y el perdón. Y, en fin, para alabarte a Ti, Señor y Padre nuestro. Amén.