GRACIAS porque al fin del día podemos agradecerte, Señor y Padre nuestro, la salud: esa fuerza que hace que todo nuestro ser, corporal y espiritual, funcione según el orden que Tú has establecido desde la creación. Ya antes de nacer, nacimos en el seno de nuestra madre; allí nos acomodaste un sitio vital y placentero: primer lugar sagrado donde empieza tu acción desbordante de amor y de milagros. Gracias, Señor y Creador nuestro, por esos 270 días y sus correspondientes noches vividos en un seno que Tu propio Hijo conoció. Qué enorme beneficio, qué prodigio de sabiduría circula por nuestro cuerpo, qué divina habilidad la que organiza y articula los órganos y los sistemas vitales de este ser vivo que somos mientras nos laten los pulsos de los cinco sentidos. Qué placer tan sutil e inestimable el de estar sano y salvo, fuerte y lozano por años y años.
Tú nos has dado la vida y con ella la salud que es su asiento y su estribo, vida y salud son frente y cruz de la misma moneda; sin embargo, maltratando la una falseamos la pieza entera. Media vida dañando la salud y la otra media intentando reparar el mal deliberadamente causado. ¡Cómo lamentamos la propia estupidez, incapaces ya de cortar de raíz el mal hábito que conduce a la enfermedad!
Quienes, sin apreciarlo, gozamos de la salud proporcional al tiempo acumulado, te damos gracias incansables, gozosas. Hay millones de criaturas tuyas, Señor, enfermas, achacosas, marcadas por males y dolencias y de cuyas razones nada sabemos: ni el cómo, ni el porqué. Ante tanto sufrimiento, misterioso y sin sentido aparente, te pedimos clemencia y compasión, alivio y curación, mientras, quienes aún gozamos de salud y apetito, te damos gracias y, para los malos tiempos de flaqueza y dolor, que llegarán, te pedimos fortaleza y sentido cristiano del dolor. Amén, Señor.