GRACIAS porque al fin del día podemos agradecerte, Señor y Padre nuestro, el libro de los santos que añade, siglo a siglo, historias nuevas, nuevos protagonistas, hombres y mujeres de toda raza y costumbres, de toda lengua y nación, de todo tiempo y lugar. Te damos gracias, Dios nuestro, por tantos millones de cristianos que, por la fe y el seguimiento de Jesucristo, te han amado, – los de hoy también te aman -, con todo el corazón, con toda el alma; y al amarte a Ti, Dios Padre y Madre, Amor redondo y pleno, entregan al hermano su corazón, sus bienes, su tiempo, su saber, su trabajo, su amor, su vida.
Gracias por esos seres, inmensos en su sencillez, geniales en su inapariencia, magníficos en su humildad, que han sabido – los santos de hoy también lo saben- hacer que Jesucristo, y el Padre Dios, y su Espíritu que es amor -, ocupen su pensamiento y su sentir. Te dejan habitar, Dios y Señor, en su celda interior, y hablan allí contigo, y te dicen su pasión por Ti y por tu reino. En ese vértice del alma, en lo más hondo de sí mismos, contemplan tu vida inefable y acaban experimentando los gozos del más grande amor jamás imaginado. Después, y al mismo tiempo, encendidos en tu bondad y en tu Sabiduría, se entregan a la lucha por mejorar el mundo, reconstruir la paz, implantar la justicia, salvaguardar la vida, derramar el perdón, pasar –como Jesús pasó- haciendo el bien.
Gracias, Señor, por los santos; por ellos, Tú sostienes el mundo y lo haces progresar, por más que los soberbios se sorprendan. Así lo creo yo, aunque no tenga el valor de vestirme, de pies a cabeza, el evangelio de Jesús, tu Hijo y tu Palabra. Ayúdanos, al menos, a intentarlo. Amén.