GRACIAS porque al fin del día podemos agradecerte, Padre y Señor nuestro, tu Palabra; Palabra que nos eleva a la nueva dimensión de tu divinidad. Palabras que alimentan la vida y el entendimiento de quienes queremos escucharte y ser amigos tuyos. Tú has hablado a los hombres desde siempre y a cuantos han querido y quieran oírte. Nadie puede tacharte de excluyente; que es tu definición “Amor universal e infinito”. Hablas los mil lenguajes que Tú mismo te inventas para que nadie diga que no entiende tu idioma: palabras tuyas son el inmenso universo, la esfera del cielo, el sistema solar, el planeta azul, la tierra rica e inexhausta que nos habla de Ti por la belleza y la fuerza de sus creaturas. Palabras tuyas también, la bondad y el cariño del corazón humano.
Te escogiste después un pueblo a quien hablar de manera directa, con la misma cadencia de la palabra humana, con sonido de voz airada o afectuosa y, a través de la cual empezaste a revelar quién y cómo eres Tú y qué quieres de nosotros. Durante siglos, hablaste en voz prestada de profetas, sin mostrarles tu rostro. Y en la plenitud de los tiempos, tu Palabra esencial se hizo hombre y acampó entre nosotros. Jesús de Nazaret, tu Hijo predilecto, se vistió la condición humana y nos contó quién eres Tú, Padre y Señor, quién vuestro Espíritu y quién él, Jesucristo Señor resucitado. Te damos gracias, porque Jesús nos habló como nadie jamás lo supo hacer. Sus palabras de vida y verdad, de luz y de esperanza, están a nuestro alcance: escritas, esculpidas, narradas, predicadas… con tanta nitidez, que cualquiera las puede encontrar y hacerlas suyas. Que nunca se me caiga de las manos el Libro de los libros, la Biblia en cuya entraña suenan tu voz y tu Palabra salvadora. Amén, amén.
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