GRACIAS porque al fin del día podemos agradecerte, Señor Jesús, el pan de la eucaristía. Un pan que tú mismo has definido con inequívoca claridad, con insistencia cargante….; perdón, Señor, pero es así como suenan tus palabras: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El pan que yo daré es mi carne. Si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, repetías, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna.” Insististe una vez y otra vez para que nadie dude de que eso es así, por más que te tacharan de loco y aventado y te dejaran solo con el pequeño grupo de amigos asustados. Gracias, Señor Jesús, porque en la cena pascual del jueves hiciste realidad aquel anuncio: tomaste el pan y dijiste: tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo. Y en la copa de vino: Tomad y bebed, ésta es mi sangre. Repetidlo vosotros en mi nombre; cada vez que lo hagáis se hará el prodigio: tendréis sobre la mesa mi cuerpo, en comida y bebida, que os dará la salud, la vida, la energía para vencer el mal, para fortalecer la fe, para que compartáis con los pobres, por el amor de Dios, vuestros bienes y sus angustias.
Este pan y este vino inagotables en los que estás encarnado están aquí, al alcance de la mano y de la fe. Al darte gracias, Señor, por tan grande humildad y tan amoroso invento, yo te pido perdón por el desprecio, por la indiferencia con que frecuentemente esquivo la mesa en la que estás en figura de pan eucaristía. Te alabo y te agradezco, Cristo Jesús, el pan de tu carne resucitada y resucitadora. Amén, amén.
