Como puede el hombre avergonzarse
de Dios, de Jesucristo,
de la sublime condición de ser cristiano?
¿Existe otra razón más radical
y más definitiva de la hombría
que sentirse hijo del Padre omnipotente?
¿A qué tanto pudor y cobardía
en mantener la frente altiva
si es la fuerza potente del Espíritu
la que te alza del tiempo pasajero
y de la limitada orilla de la tierra?
«Si alguno de Mi se avergonzare
—nos ha dicho Jesús—
que no venga después con la pamplina
de llamarme: “Señor, Señor, Señor…”
Que no hay filosofía ni camino
más noble y más gallardo
que vivir con valor el evangelio.»
