
En su libro “Gracias, la última Palabra”, el Padre Gago manifestaba su gratitud al Señor por los santos de a pie, personas anónimas a quienes definía como “geniales en su inapariencia, magníficos en su humildad, pacientes y dulces como el amor que no se irrita”.
Afirmaba que para estas buenas gentes “Dios ocupa su pensamiento, su sentir y acaban experimentando los gozos del más grande amor jamás imaginado”.
El Padre Gago se fue convencido de que él no tenía el valor de estas personas, sin saber que él engrosaría el libro de los santos.