
En cierta ocasión, el Padre Gago celebró la boda de una pareja en la que entre los invitados había un joven canadiense, amigo del novio, que no hablaba español y no era creyente.
Cuando terminó la ceremonia el joven se acercó al novio y después de darle la enhorabuena le dijo: «No sé qué tiene este hombre que os ha casado, amigo. No he entendido las palabras que os decía pero al escucharle he sentido una paz en mi interior como nunca había sentido.»
Y es que el Padre Gago tocaba todos los corazones: los de los creyentes y los de quienes no tenían fe.