Él nunca tuvo animal de compañía. En los conventos no están permitidos. Como era una persona sensible a todo lo que vive y da vida, sentía una especial admiración por “la presencia entre nosotros de esos amables animales de compañía”. Él escribió: “ellos ponen un poco más de vida a nuestro alrededor, algunos llegan a ser de la familia, leales, cariñosos, educados, joviales, con ojos y jadeo que lo dicen todo sin hablar y son capaces de dar la vida por sus amos si llegara el caso. Me refiero especialmente a los perros que quizá sean el mejor compañero y servidor, pero cada animal seleccionado por su dueño merece el mejor trato: es un ser vivo que requiere y respeta. Por ello, Señor, te doy gracias porque los has creado y porque nos hacen sensibles a su ser y a su condición. Amén” (“Gracias, la última palabra”).