Murió a los 78 años, pero él se consideraba un anciano en el sentido más profundo y bello de la palabra. Escribió: “Te doy gracias, Señor, por mantenerme vivo y consciente en estos años de senectud. Gratitud firmísima porque me concedes lucidez, templanza, buen humor, sentido autocrítico y las manías y rarezas justas para no resultar descaradamente intemperante ni molesto. Me repito lo justo, tengo una pésima memoria y procuro visitar al médico lo mínimo necesario. Prefiero ir a misa los domingos por la mañana y llevo un pequeño rosario en el bolsillo. Me considero un anciano privilegiado por el hecho mismo de la ancianidad y por una ancianidad con “calidad de vida”. Yo sé que hay mucha desgracia y desamparo en la ancianidad y por los que así la sufren, te ruego, Señor” (“Gracias, la última palabra”).