¿Sabías que tenía una profunda vida espiritual?

Su espiritualidad se alimentaba de la eucaristía, que preparaba con esmero, sobre todo la homilía, el rezo litúrgico de las horas, la devoción a María, con el rezo del Rosario, la meditación personal, la lectura espiritual y la Biblia “en la que Dios mismo ha escrito nuestra historia entrañada en la suya y en sus planes de salvación” (“Gracias, la última palabra”). Sus epicentros vitales eran: la comunidad conventual, el servicio sacerdotal, la predicación, la música y el trabajo bien hecho. Su profunda espiritualidad le daba fuerza para afrontar las pruebas, particularmente su larga y dura enfermedad, y perdonar a los que por envidia le ponían zancadillas. Gracias, era una palabra que le salía del corazón antes de llegar a la boca, y “gracias” fue última palabra.