Ya no son dos, son una sola carne.
Y esa unidad, por voluntad de Dios,
es irrompible.
Si el amor es más fuerte que la muerte,
bastaría el cuidado cotidiano para consolidarlo.
Si, además, ha sido sacramentado
con la gracia de la boda bendecida,
se restañan las grietas,
se anuda el sentimiento,
se armoniza el pensar.
Sólo si es duradero es verdad el amor.